jueves, 17 de noviembre de 2016

LA PENA DE MUERTE EN LA ESPAÑA DEL XIX. EL EJECUTADO DE COX (ALICANTE)


A propósito del magnífico artículo publicado en "Sucesos de Almoradí" desde http://almoradi1829.blogspot.com.es/2014/02/el-ejecutado-garrote-de-cox.html, y que aquí reproduzco íntegramente, ruego encarecidamente su lectura para su trabajo en el aula mediante Tertulia Dialógica


A principios de febrero de 1889 se ejecutaba en Cox a garrote vil a un joven de dieciocho años llamado Joaquín San Jaime. Apenas un año antes había sido detenido y acusado junto a otros tres individuos por matar al médico y alcalde del pueblo, don Manuel Lucas.

Lo curioso es, que una vez detenidos y encerrados en la prisión provincial, tres de ellos lograron fugarse, por lo que la condena a la pena capital cayó en el más joven y único que no había logrado escapar.

Para su ejecución a garrote fue conducido en el tren correo desde Alicante a Callosa, en el furgón de cola y esposado de manos, escoltado por una compañía de Infantería.
En el mismo tren viajaba su verdugo, Hermenegildo, un hombre “moreno, bajo de estatura, con bigote y perilla, totalmente vestido de negro y una cartera de viaje cuya correa le cruzaba el pecho.”
Parece ser que al siniestro ejecutor nadie quiso alojarlo, ni siquiera el posadero del lugar, seguramente por la superstición que levantaba su siniestra figura enlutada.
Había sido sargento y estaba casado, siendo ésta su sexta ejecución, tres como suplente y tres en propiedad, agregando que no sentía absolutamente nada en las ejecuciones, que lo que sí le molestaba era que todo el mundo le negaba lo que pedía y lo despreciaban de una manera cruel.

Las últimas horas y la ejecución de Joaquín San Jaime quedó ampliamente documentada por la prensa de la época, especialmente por el enviado del “Diario de Orihuela” que dedicó las portadas de los días 22 y 23 de febrero de 1889 a aquél trágico suceso, del que hago un resumen que vale la pena leer:


“El reo llegó a las siete de la noche a la cárcel de Cox escoltado por la Guardia Civil, donde después de cenar pasó la noche con gran tranquilidad y en un profundo sueño.
A las ocho de la mañana se presentó en la cárcel el Juzgado de Dolores para dar lectura de la sentencia, oyéndola el reo con la mayor tranquilidad y diciendo, una vez terminada la lectura:
-Lo único que siento es que no paguen la misma pena los otros compañeros.
A las cuatro de la tarde rezó el Rosario con el canónigo señor Zarandona, y una hora más tarde comió un mantecado y una copa de aguardiente.
A las nueve de la noche se le ofreció la cena, que consistió en sopa, de la que no tomó más de dos cucharadas, y cuatro chuletas de cerdo que comió con gran apetito; después se le sirvieron mantecados, naranjas y aguardiente.
Durante la comida estuvo jovial y alegre, mostrando gran tranquilidad:
-Si hubiera estado igual de bien alimentado como hoy, mañana subiría al patíbulo grueso y de buen color, pero con el rancho de las cárceles, he adelgazado contra mi voluntad.
Después abandonó su jovialidad y comenzó a lamentarse de la educación que había recibido diciendo: -Mi desgracia viene de mi mala educación; nunca se debe perdonar ninguna falta a los hijos, antes al contrario, es muy útil castigarlos para corregirlos, evitando que lleguen de ese modo a verse en la situación en que me encuentro.

Después quedaba el reo profundamente dormido hasta las cuatro de la madrugada, que fue despertado por el señor Canónigo.
Se confesó, escuchó el Sacrificio de la Misa y recibió la Sagrada Comunión.
A las siete y media de la mañana aparece en la Capilla su ejecutor; lleva en sus manos unas correas y le pide perdón al reo, quien contesta perdonándolo y dándose ambos un beso, a la vez que San Jaime dice: -Dios perdone al verdugo pues él no me mata.
Poco después, y dirigiéndose a los presentes, exclama: 
-Tened misericordia de mis pobres hermanas…Desgraciadas. 
Yo que era su único sostén voy a morir, y esos pobres ángeles van a quedar abandonados.

A las ocho y media se anuncia la salida. Dice que no quiere ir en carruaje, que irá a pie, de cuya idea se le hace desistir.
La comitiva se pone en marcha ocupando la tartana el reo, el verdugo, el sacerdote antes citado y el cura párroco de Cox. Siguiendo el carruaje iba una compañía de Infantería. Unos 400 metros separan la cárcel del patíbulo, por lo que el recorrido es breve.
Ya al pie del patíbulo el reo desciende y sube con pasmosa soltura y agilidad las gradas. Rodean el cadalso más de diez mil personas llegadas de toda la comarca.
El verdugo le invita a sentarse en el fatal banquillo, lo que hace inmediatamente. A seguida lo sujeta al aparato con fuerte ligadura y le ajusta la argolla al cuello.
Joaquín San Jaime continua tan sereno conversando con los religiosos. Después les dijo a los que lloraban que tuviesen valor como él lo tenía, y dirigiéndose a los soldados que rodean el patíbulo les exhortó a saber morir con valor por la patria como el moría por sus culpas en el cadalso.
Se ultiman los preparativos, inspeccionando el verdugo el buen juego de sus útiles y cubre la cara del condenado con un pañuelo. Un movimiento oscilatorio de la muchedumbre precede a un silencio profundo. Son las nueve y siete minutos.
El verdugo hace girar el fatídico artefacto; un rápido movimiento convulsivo responde en el reo al giro del aparato cuya manivela describe un círculo completo.
Después…nada.

Un cadáver, horrible patente de la satisfacción de la justicia humana; y un público divertido que se va por donde ha venido…”
La pena de muerte estuvo vigente en España hasta 1975. Fue abolida a raíz de una reforma del Código Penal introducida durante la Segunda República, siendo restablecida en octubre de 1934 para delitos de terrorismo y bandolerismo. Durante la dictadura de Franco se reincorporó plenamente al código penal de 1938 argumentando que su abolición no era compatible con el buen funcionamiento de un estado. Las últimas ejecuciones en España fueron las de dos miembros de la banda terrorista ETA y tres del FRAP, fusilados el 27 de septiembre de 1975 en medio de fuertes protestas internacionales contra la dictadura franquista.
No podría cerrarse esta entrada sin homenajear a la gran película "El Verdugo" de Luis García Berlanga.